Ha
comenzado un nuevo año, siguen siendo tiempos difíciles, es verdad, pero
también se vislumbran cambios. No, no hablo de política. A mi me interesa más el ser humano y,
sobre todo su alimentación.
A pesar de las dificultades y los malos momentos veo
gente con ganas de cambiar, gente que busca alternativas, soluciones, que
no se conforma con cualquier resultado. En definitiva, gente que ya
no está dispuesta a seguir comiendo “lo que le venden”.
Ya
sabemos que la realidad no existe, que percibimos el entorno según
“el color del cristal con el que miramos” y quizás yo esté usando unas gafas
con cristales de color rosa pero es que estoy harta de tanta negatividad y por
eso me esfuerzo en ver lo positivo en cada persona, en cada situación… Prefiero
pensar que los cambios siempre son para mejor y que los objetivos de
salud bien merecen el esfuerzo a realizar.
¿Dónde
veo los cambios? Cotidianamente.
Es cierto que en el mundo actual lleno de prisas hemos de recurrir a los
supermercados para la compra semanal pero nos encontramos con que están
abarrotados de productos procesados-industriales-pseudoalimentos. A pesar de mi
desánimo al ver de qué se componen los carros que esperan para pagar en caja, he
preferido fijarme en otro tipo de personas, en aquellos que han
decidido cambiar de alimentación, en los que ya están cambiando y, sobre todo,
en aquellos que acaban de “despertar” y están llenos de dudas.
Me encanta ver gente detenida en un pasillo leyendo las etiquetas de los productos, (me refiero a esas pequeñitas que vienen por detrás o en algún lugar recóndito del envase), gente que devuelve un paquete a la estantería después de haber leído con desagrado los ingredientes que contiene, gente que busca alimentos sanos sin prestar atención al reclamo de: natural, bio, light, mediterráneo, saludable, etc., escuchar conversaciones de madres con sus hijos intentado explicarles porqué tal refresco o aquel cereal tan rico “es malo”, gente que prefiere una verdura fresca y defectuosa a una bellamente empaquetada y decorada...
Me encanta ver gente detenida en un pasillo leyendo las etiquetas de los productos, (me refiero a esas pequeñitas que vienen por detrás o en algún lugar recóndito del envase), gente que devuelve un paquete a la estantería después de haber leído con desagrado los ingredientes que contiene, gente que busca alimentos sanos sin prestar atención al reclamo de: natural, bio, light, mediterráneo, saludable, etc., escuchar conversaciones de madres con sus hijos intentado explicarles porqué tal refresco o aquel cereal tan rico “es malo”, gente que prefiere una verdura fresca y defectuosa a una bellamente empaquetada y decorada...
Admiro
a aquellas personas que se han replanteado sus vidas, por los
motivos que sean, y empiezan a dar pasos buscando. A aquellos que no se
asustan ante las dificultades, a aquellos que piden ayuda y consejo, que tienen
interés por aprender y evolucionar. Cada vez veo más gente que intenta valerse
por sus propios medios, que busca apoyo pero lejos del individualismo, porque
también busca colaborar y ofrecer ayuda desinteresada.
Hay
más preocupación por el bienestar físico y espiritual, gente que ha descubierto
que para estar bien también hay que sentirse mejor con uno mismo,
que las emociones nos marcan y que la alimentación también puede verse
afectada.
Es sabido que comer de manera emocional, es decir, dejando que nuestras emociones intervengan al elegir los alimentos, al cocinarlos y/o al comerlos, refleja cómo nos encontramos pero también genera malestar (sentimientos de culpa, autorecriminación, arrepentimiento, …) y el cuerpo lo manifiesta con obesidad, meteorismo, dolores de cabeza, de articulaciones, cansancio, malas digestiones, estreñimiento, pesadez de extremidades, dificultad de concentración, insomnio, acné, fatiga, depresión… ¿Te suena todo esto? La conclusión es que la salud se resiente y debilita cuando vives de manera acelerada, intentando agradar a todo el mundo, intentando ser el mejor, intentando abarcarlo todo y olvidándote de ti mismo, de tu descanso, de tu alimentación, de tus emociones. Hoy en día está mal visto dejar tus obligaciones porque estás enfermo. La sociedad nos está enseñando a seguir adelante a cualquier precio.
Pero
este grupo de personas al que me refiero ya no quiere vivir con las citadas molestias "habituales o normales” y, antes de pedir una pastilla prefiere
investigar que está ocurriendo, qué cosas está haciendo mal y cómo lo puede
cambiar.
¿Y cómo se hace esto?
Pues, prestando atención a todo aquello que te debilita a cualquier nivel, físico, mental espiritual o emocional. Por poner un ejemplo, una sesión de telediario cada día es tan corrosiva que nos puede alterar la digestión, el sueño, el estado emocional, y, al hacernos permanecer en un estado negativo, acaba por afectar a la salud. Otro ejemplo, no desayunar porque te levantas con el tiempo justo somete al cuerpo a un estrés por hambre, con su consiguiente alteración hormonal y sus repercusiones, y, como colofón, acaba por convertirse en una visita desesperada a la pastelería.
¿Y cómo se hace esto?
Pues, prestando atención a todo aquello que te debilita a cualquier nivel, físico, mental espiritual o emocional. Por poner un ejemplo, una sesión de telediario cada día es tan corrosiva que nos puede alterar la digestión, el sueño, el estado emocional, y, al hacernos permanecer en un estado negativo, acaba por afectar a la salud. Otro ejemplo, no desayunar porque te levantas con el tiempo justo somete al cuerpo a un estrés por hambre, con su consiguiente alteración hormonal y sus repercusiones, y, como colofón, acaba por convertirse en una visita desesperada a la pastelería.
¿Qué es concretamente lo que te
debilita?
Para saberlo solo has de detenerte, observar y escuchar a tu cuerpo. Qué es lo que te pide: ¿calma, descanso, relax, atención, compañía, soledad, ejercicio, movimiento, luz natural,…? Es decir, que te cuides como lo harías con un niño pequeño y que te quieras más.
¿Te juzgas constantemente? ¿Haces valoraciones negativas de tu aspecto, de todos tus actos o pensamientos? ¿Te cuesta expresar tu opinión y/o sentimientos? ¿Ocultas tus creencias? ¿Milimetras lo que comes y te castigas si te pasas? ¿Comes a escondidas? ¿Te arrepientes después de las comidas? Esto no es quererse.
Para saberlo solo has de detenerte, observar y escuchar a tu cuerpo. Qué es lo que te pide: ¿calma, descanso, relax, atención, compañía, soledad, ejercicio, movimiento, luz natural,…? Es decir, que te cuides como lo harías con un niño pequeño y que te quieras más.
¿Te juzgas constantemente? ¿Haces valoraciones negativas de tu aspecto, de todos tus actos o pensamientos? ¿Te cuesta expresar tu opinión y/o sentimientos? ¿Ocultas tus creencias? ¿Milimetras lo que comes y te castigas si te pasas? ¿Comes a escondidas? ¿Te arrepientes después de las comidas? Esto no es quererse.
Es
muy satisfactorio conversar con personas que han dejado de prestar atención a
la publicidad y las modas, que leen, escuchan y utilizan su sentido
crítico para clasificar la información que reciben. Porque han
comprendido que comer bien no significa estar a la última de nutrición ni
conocer todos los componentes de los alimentos ni practicar “a pie juntillas”
las últimas tendencias. Es mucho más sencillo. Cuando quieres a alguien siempre
deseas lo mejor para esa persona, pues con tu alimentación ocurre igual. Si te
quieres buscarás lo mejor y te resultará grato planificar tu comida de la
semana, comprar con previsión, escoger bien los alimentos que compras y cocinar
con cariño, lento y sencillo. Cuanto más sencilla más nutritiva será para el cuerpo y para el alma.
Cada vez somos más los que no nos conformamos, los que preferimos productores locales, alimentos de proximidad, productos de temporada y cocina sencilla. Queremos vivir más despacio y disfrutar de cada momento. Liberar la mente, las emociones y el cuerpo. Sonreir, escuchar y compartir…
Puede... ¿Que la crisis nos haya devuelto la cordura?
¿Que sepamos dar el valor que las cosas tienen realmente?
¿Que derrochemos menos?
¿Qué respetemos nuestro cuerpo dándole lo que verdaderamente necesita?
No lo sé. Pero, al menos, percibo que hay más gente que se molesta en saber lo que está comprando o en adquirir conocimientos sobre alimentación o en recuperar alimentos de su infancia que ya tenía olvidados o en recobrar formas de cocinar tradicionales o en aprender otras nuevas. Gente que descubre que cocinar también puede ser un placer y que en la cocina hay mucha creatividad. Gente dispuesta a ocupar un rol activo en su vida, porque solo entendiendo que somos creadores de nuestras propias vidas, y dejando atrás el rol de víctimas, seremos capaces de adueñarnos de nuestra propia alimentación y convertirla en una actividad más dela vida diaria, generadora de salud, intransferible y muy gratificante.
¿Que sepamos dar el valor que las cosas tienen realmente?
¿Que derrochemos menos?
¿Qué respetemos nuestro cuerpo dándole lo que verdaderamente necesita?
No lo sé. Pero, al menos, percibo que hay más gente que se molesta en saber lo que está comprando o en adquirir conocimientos sobre alimentación o en recuperar alimentos de su infancia que ya tenía olvidados o en recobrar formas de cocinar tradicionales o en aprender otras nuevas. Gente que descubre que cocinar también puede ser un placer y que en la cocina hay mucha creatividad. Gente dispuesta a ocupar un rol activo en su vida, porque solo entendiendo que somos creadores de nuestras propias vidas, y dejando atrás el rol de víctimas, seremos capaces de adueñarnos de nuestra propia alimentación y convertirla en una actividad más dela vida diaria, generadora de salud, intransferible y muy gratificante.
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